Tiendo a pensar en la existencia de una obvia relación entre el dinero y el poder que éste confiere. Ese poder se materializa en el momento en el que se hace uso del mismo. Hasta que el intercambio no se ejecuta el dinero no otorga más que seguridad a quien cree que su presencia se la confiere. Pero en realidad, el dinero carece de poder por sí mismo. El poder de la conciencia es superior al del dinero…
Es mi conciencia la que dictamina si el uso que hago de mi dinero es coherente conmigo mismo o si, por el contrario, no es así. En muchas ocasiones puede que no sea ni consciente de las consecuencias que tiene mi acto de compra, de a quién o qué empresa estoy ayudando al realizar una compra determinada. Tenemos tan automatizado el hecho de pagar por lo que deseamos o adquirimos que olvidamos la fuerza de cada una de esas decisiones.
Puede que la sea la dejadez, la ignorancia, o el pensamiento consciente de mejor mirar hacia otro lado quienes me hagan olvidar si soy coherente conmigo mismo o con mis valores en cada proceso de compra o intercambio.
Al ser yo quien toma la decisión de una compra determinada, soy yo, yo, el responsable de las consecuencias de esa transacción. Este es un punto que no carece de importancia y me hace a mi responsable de la decisión sobre si ser cómplice o partícipe de la empresa a la que le compro o si, por el contrario, deseo que o sea así.
- Yo puedo comprar galletas en este supermercado o decidir hacerlo en el de enfrente.
- O puedo considerar dejar de tomar carne de cerdo si mi conciencia me impide favorecer el maltrato animal.
- Yo puedo decidir si mis monedas se las lleva un alimento repleto de conservantes, o si decido optar por una alimentación más sana y natural.
- Elijo si hago uso de mi vehículo para ir al trabajo o prefiero dar de comer al taxista con el dinero que emplearía en pagar el coche.
- Tengo la posibilidad de elegir si, cuando llueve, voy andando a la farmacia que se encuentra a cuatro manzanas, lo hago en transporte público, o tomo el coche.
- Yo decido deteriorar el medio ambiente cada vez que cojo el ascensor o si prefiero esforzarme subiendo al quinto por las escaleras.
- Soy yo quien decide si la iluminación de mi casa es con bombillas, o con sistemas más eficientes basados en LEDs.
- La calefacción o el aire acondicionado… ¿es necesario que trabajen a esa potencia, durante tanto tiempo, o puedo optar por hacer un uso más responsable de la energía?
- ¿Dispone mi vivienda de acceso a energías renovables? Yo elijo o tengo voz para que mi opinión se escuche en la comunidad.
- Yo decido mi nivel de apoyo a los miles de posibles causas solidarias que pueden hacer que una familia desamparada pueda llegar a final de mes, que un niño con una enfermedad desconocida pueda encontrar una forma de financiar su investigación o que un santuario pueda acoger animales sin hogar. El crowfunding lo permite, pero soy yo quien decide si mi pequeña colaboración ayuda a hacer posible que un proyecto solidario disponga de la financiación necesaria, que un artista desconocido pueda arrancar o que una empresa sin recursos pero con valores pueda iniciar su andadura.
- Bancos hay muchos, pero yo puedo decidir si trabajar con uno que apoye a causas que coincidan con mis valores, o si hago caso omiso de mi conciencia.
El dinero tiene poder cuando yo decido que así sea. Y soy yo quien decide si al emplearlo estoy siendo coherente con mis valores. Nos hacemos cómplices de las empresas a las que financiamos. Estamos rodeados de mil ejemplos diarios de actuaciones que podríamos revisar en pro de una mayor coherencia con nuestros valores, la sociedad y el medio. Mi conciencia es la que le da valor al dinero. No perdamos el valor de los valores cada vez que el dinero circule por nuestras manos.