La emociones condicionan nuestro comportamiento, actuaciones y forma de relacionarnos. Conviene reconocer cuál es nuestra emoción en cada momento y saber cómo depende mi comportamiento de ello, en particular en el caso de las emociones de cuyo resultado puede derivarse un resultado destructivo. Resulta especialmente importante desarrollar el conocimiento de las emociones en los niños.
Las emociones permiten extender la capacidad racional de nuestra inteligencia con el objetivo de garantizar nuestra supervivencia como especie. Nos indican de forma inmediata cómo nos afecta nuestro entorno, situaciones o personas.
Las emociones repercuten a dos niveles: de forma interno, modulando las consecuencias que tienen sobre mi la vivencia interna de mis emociones, y de forma externa, de comunicación social con otros miembros de la especie. Mi cuerpo exterioriza e informa de mi estado, mediante unos gestos faciales o corporales muy concretos que son sólo exclusivos de una emoción como, por ejemplo, el miedo. Esa expresión externa es un medio de comunicación no verbal que alerta al resto de los individuos de lo que yo considero como peligro o amenaza en el caso del miedo, de que estoy satisfecho cuando he logrado algo que me alegra, de alertar al resto cuando algo me produce asco, de mi desesperación o pesimismo ante una pérdida si es la tristeza, etc.
Paul Ekman, un experto en comunicación no verbal, defiende la universalidad de la expresión facial de las emociones. Podemos identificar en una fotografía de un rostro humano cuál es la emoción principal que lo caracteriza, no importa si se trata de un individuo de nuestro ámbito social, de una cultura diferente o del rostro que aparece en un cuadro de otra época.
En las primeras milésimas de segundo posteriores al instante en el que se inicia una emoción ésta nos invade y ordena lo que hacer, decir o pensar. Nos indica inconscientemente que demos el volantazo cuando mi coche está a punto de colisionar y provocar un accidente. Y mientras eso ocurre aparece de inmediato una expresión de pavor en el rostro, independientemente de si en mi vehículo existe o no un acompañante al que pueda interesarle recibir esa información: los ojos se abrieron como platos, las cejas se arquearon, el corazón bombeó a mayor velocidad llevando más sangre a los grandes músculos de las piernas y el cuerpo empezó a sudar. Se trata de una serie de respuestas automáticas que son consecuencia de la evolución, unas respuestas que han garantizado nuestra supervivencia, independientemente de que en este momento concreto disponer de más sangre en las piernas para facilitar la huida carezca de utilidad en el interior del vehículo. Esta primera respuesta automática es completamente adaptativa, y su origen es genético en algunos casos y aprendido en otros, como no poner la mano en el fuego o contener el miedo en una entrevista de selección de personal. Si esta respuesta inmediata hubiera tenido que pasar por el filtro racional de la reflexión se habría producido el accidente.
Las emociones tienen un gran poder esclavizante una vez han emergido, por eso decimos que existe un período refractario, de unos segundos a mucho más, durante el cual no estamos en condiciones de admitir nueva información o de interpretarla correctamente si así lo hacemos, porque sólo tenemos en cuenta aquellos datos que corroboran la emoción que estamos sintiendo. En estos casos decimos que nos encontramos ante un secuestro emocional.
Cómo clasificar las emociones
Pese a que existen diferentes formas de clasificar las emociones y su número puede ser mayor o menor en base a el grado de importancia que queramos darle a las mismas, podemos realizar una clasificación básica de las emociones: alegría, asco, ira, tristeza y miedo. De un primer vistazo podríamos realizar un juicio fácil de las mismas: parece que sólo una de ellas, la alegría, es positiva, mientras que las cuatro restantes no lo son. Pero éste no es sino un juicio de valor, porque lo importante es que todas las emociones nos informan de algo. Y de lo que se trata es de que esa información y sus resultados nos ayuden a adaptarnos a nuestro entorno, a sobrevivir y proporcionar bienestar en la mejor condición posible. Por tanto, la medida de la positividad no será otra que la de la consideración de si dicha adaptación es operativa para el individuo y entorno en cuestión. Así podemos considerar que es saludable una tristeza cuando se produzca una pérdida, la ira frente al agravio o el miedo ante una amenaza, porque todas estas reacciones resultan de valor para nuestra supervivencia y salud, aparecen cuando es necesario y desaparecen después.
El budismo distingue entre emociones destructivas y constructivas. El criterio que emplean para diferenciarlas no se limita al daño que éstas puedan ocasionar, sino que lo extienden a otro tipo de problemas más sutiles, como el grado de distorsión que ejercen sobre nuestra percepción de la realidad. Las emociones destructivas impiden percibir la realidad tal cual es, empañan nuestra capacidad de juicio y de realizar una evaluación correcta de las cosas, motivo por el que a estos estados emocionales se les denomina oscurecimientos. Las emociones constructivas, se asientan en cambio en razonamientos más acertados y promueven valoraciones basadas en percepciones más exactas. El criterio anterior tiene que ver con la naturaleza dañina de las consecuencias, algo que es también difuso: no existe un bien o mal absolutos, sino que éstos se definen en base a la felicidad o sufrimiento que nuestros pensamientos y acciones nos causan a nosotros o a los demás.
Distinguir las emociones, tanto las propias como las ajenas, es fundamental para que podamos comunicarnos con nuestro entorno social de la forma más adecuada posible. A lo largo del día sentimos infinidad de emociones. Los niños carecen muchas veces de la terminología para expresarse, o no son capaces de identificar qué les sucede a ellos o a quienes les rodea, lo cual puede causar gran frustración. En muchas ocasiones hemos tratado, como padres o educadores, de rechazar o bloquear algunas de esas emociones mediante comentarios censuradores como “no te enfades” o “no estés triste”, cuando lo relevante es que los niños aprendan a gestionar esas emociones, a expresarlas y a reconocer su utilidad, en lugar de dejarse abrumar por ellas. LEGO Education nos facilita el aprendizaje de este proceso con su Construir Emociones (45018-1), un set que permite jugar con atractivas piezas de colores con las que construir personajes con diferentes expresiones faciales.